sábado, 11 de septiembre de 2010

LA OPERACION

La gente no se banca las cosas jodidas, les da miedo oírlas.
Se esconden. Escapan. ENRIQUE MEDINA (Buscando a Madonna)
LA OPERACIÓN
A Natalia
Agustina y Nicolás tardaron veintiocho días en conseguir el dinero necesario para realizar la irremediable operación. La hermana mayor de Agus y un primo de Nico los ayudaron a juntar los dos mil pesos.
El turno se lo habían asignado la semana anterior. “El lunes 29 de marzo te espero en el consultorio. El asunto se resolverá rapidamente. En menos de noventa minutos todo estará listo”, informó la asistente del Dr. Bergés.
A la hora convenida el joven pasó a buscar a su novia. Ella vivía con su tía en una casona de Floresta. Se besaron dubitativamente y enfilaron hacia Juan B. Justo y Segurola. Media hora después estaban arriba del colectivo de la línea “34”. Se bajaron unos metros antes de llegar a Soler. Caminaron temblando seis cuadras en un absoluto y dramático silencio.
Al llegar a la esquina de Arevalo, Nico se despidió apenado al mismo tiempo que desde un aparato metálico una voz de mujer anunciaba: “Empuje la puerta y abra”.
En la ochava de enfrente había un barcito con cuatro mesas de madera, emplazadas al lado de unas rejas negras que sostenían varias macetas con plantas rojizas y blancas, asemejando un jardín en plena vereda.
Invadido por un repentino sudor, Nicolás, ingresó al lugar y se ubicó frente a un amplio ventanal, desde el cual podía verse la fachada del edificio donde unos segundos antes había ingresado Agustina. En una tarjeta apoyada sobre la mesa podía leerse: Café Montenegro. Una moza ataviada con un oscuro delantal, lo saludó cordialmente. Le entregó el menú y se retiró con una sonrisa.
Luego de hojear la carta con extremo cuidado, ordenó un vaso de leche fría y un brownie coronado con una base de merengue en forma de sombrero tipo bonete. Una vez despachado el pedido, quitó los cubiertos del envoltorio y, como si utilizara un bisturí, comenzó a realizar exactos y  minuciosos cortes.
Mientras observaba los contoneos zigzagueantes de la camarera entre las mesas del bar, echaba un vistazo a un reloj de pared que estaba colgado por encima de una repisa que exhibía adornos de viaje y un espejo enmarcado en un bronce platil.
Cuando la tarde estábase yendo, vió salir a Agus del edificio amarillo con ribetes dorados. Salió corriendo a su encuentro. Ella estaba pálida y se deslizaba con gran pesar, como si un vampiro le hubiera chupado la sangre. El no sabía que hacer. Sólo atinó a pasarle un brazo por la cintura, mientras le quitaba unas lágrimas que corrían por sus mejillas otrora rosadas.
“¡Ya está! Sin trabajo y con la edad que tenemos no podíamos hacer otra cosa”, exclamó ella, cargada de impotencia y con cierto fastidio.
Los adolescentes entrelazaron sus manos y volvieron a caminar silenciosamente, en medio de un imprevisto aguacero que dejó sin luz a una pequeña parte de Palermo.-
Sábado, 03 de abril de 2010, 01:28:42 A.M.
“Another one bites the dust”, Royal Philharmonic Orchesta, The best of Queen



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